El tiempo, ese recurso valioso y efímero que todos compartimos, es curiosamente percibido de manera diferente por cada individuo. Como decía Albert Einstein, «Una hora sentada con una mujer interesante* en un banco del parque pasa como un minuto, pero un minuto sentado sobre una estufa caliente parece una hora.» (Bueno, él decía «con una chica guapa»*, tal vez sea momento de corregir al genio.)

Nuestra propia experiencia vital y diversos factores influyen en cómo percibimos el tiempo. En este artículo, exploraremos por qué sentimos que el tiempo pasa más rápido a medida que envejecemos y cómo desacelerar nos permite vivir más plenamente. Además, descubriremos la importancia de enfocarnos en el presente y cómo técnicas como la meditación y el yoga nos ayudan a tomar conciencia del momento presente y ralentizar nuestra percepción del tiempo.

¿Por qué sentimos que cada vez el tiempo pasa más deprisa?

Sin entrar en el concepto de relatividad del tiempo de Einstein, nuestra propia experiencia vital influye en cómo percibimos el tiempo.

Diferentes teorías hablan sobre por qué nuestra percepción del tiempo varía conforme envejecemos, por ejemplo: La percepción de 1 hora de tiempo teniendo 5 años es muy diferente a 1 hora con 45.

¿Qué influye en esa percepción?

  1. Años vividos: A medida que envejecemos, la relación entre un año y nuestra experiencia vital cambia. Cuando somos niños, cada año representa una gran parte de nuestras vivencias, mientras que a medida que crecemos, un año se percibe como algo mucho más breve.
  2. Experiencias nuevas vs. Repetición: Durante nuestra infancia, todo es nuevo y emocionante, lo que requiere que nuestro cerebro almacene mucha información. A medida que nos hacemos mayores, experimentamos más repetición en nuestras acciones, lo que lleva a procesos automatizados y la sensación de que el tiempo se acorta.
  3. El estrés: El estrés y la falta de atención al presente pueden acelerar nuestra percepción del tiempo. Cuando estamos estresados y preocupados por el futuro, no dedicamos suficiente atención al momento presente, lo que nos hace sentir que el tiempo pasa volando.
  4. Una agenda repleta de actividades: Tener una agenda sobrecargada y estar constantemente enfocados en los próximos eventos también condiciona nuestra percepción del tiempo, ya que nos sentimos como si fuéramos de un evento a otro, sin prestar suficiente atención al presente.

Veranos eternos, los de la infancia

Al hacernos mayores vemos mucha más repetición en nuestras acciones por lo que el cerebro no necesita almacenar tanta información y recurre a procesos automatizados, dándonos la sensación de que así se acorta el tiempo.

Esto es lo que el neurocientífico David Eagleman dice al respecto en un perfil del New Yorker: “Eagleman afirma en relación a cómo los veranos de la infancia parecen eternos mientras que los de la edad adulta pasan en un suspiro. Cuanto más nos familiarizamos con el mundo que nos rodea, menos información necesita “escribir” tu cerebro y más tiempo parece pasar. El tiempo es algo elástico, gomoso, se estira cuando tu cerebro necesita invertir recursos en ello pero cuando piensa “Oh, sin problema, esto ya me lo sé, lo tengo controlado”, entonces se encoge.

Piloto automático vs presente

Cuando nos encontramos atrapados en el temido modo de piloto automático, simplemente dejamos que el tiempo transcurra sin prestar atención a nuestro entorno. Es como esos largos trayectos al trabajo, donde conduces o viajas en tren sin tener un recuerdo claro de lo que sucedió en el camino.

Cuando nos enfocamos en el momento presente y cultivamos la conciencia plena, podemos ralentizar nuestra percepción del tiempo y vivir más profundamente. Técnicas como la meditación, los baños de bosque y el yoga nos ayudan a conectar con nuestro cuerpo y estar presentes en el aquí y ahora.

¿Qué es la propiocepción?

La propiocepción es una capacidad fascinante de nuestro cerebro para tener conciencia de la posición y movimiento de nuestro cuerpo en cada momento. Es como una especie de GPS interno que nos permite sentir y percibir nuestra presencia física en el mundo.

Cuando nos enfocamos en la propiocepción, estamos sintonizando con nuestro cuerpo y conectando con el presente de una manera más profunda. Existen diversas prácticas que nos ayudan a desarrollar esta conciencia, y la meditación activa es una de ellas.

La meditación activa no se limita a sentarse en silencio, sino que implica cualquier actividad en la que nos enfoquemos plenamente en el momento presente. Por ejemplo, dar un paseo consciente, donde prestamos atención a cada paso, un baño de bosque donde paramos a percibir con los sentidos nuestro entorno, al tomar conciencia del movimiento de nuestro cuerpo y a los sonidos y olores del entorno, nos permite estar presentes y cultivar la propiocepción.

Otras prácticas como la contemplación, escribir páginas matutinas, meditar, dibujar o coser también pueden ser formas de meditación activa. En todas estas actividades, nos sumergimos en el aquí y ahora, sintonizando con nuestros sentidos y desarrollando una mayor conciencia corporal.

Al practicar la meditación activa, nutrimos nuestra propiocepción y, a su vez, experimentamos una sensación de calma y claridad mental. Nos alejamos del ritmo acelerado de la vida cotidiana y nos sumergimos en la quietud y la atención plena.

Recuerda: Nuestro cerebro memoriza mejor las experiencias sentidas, las alarga en nuestra memoria dando la sensación de que el tiempo pasa más lento y que disfrutamos más de la vida.

Así que la próxima vez que te encuentres atrapado en la vorágine de la rutina diaria, tómate un momento para practicar la meditación activa. Permítete dar un paseo consciente, tomar un tiempo para contemplar, escribir o dibujar. Estas prácticas te ayudarán a reconectar con tu cuerpo, vivir en el presente y encontrar un equilibrio entre la acción y la serenidad.

La forma en que percibimos el tiempo es una experiencia única y personal. Comprender los factores que influyen en nuestra percepción del tiempo nos permite tomar medidas para desacelerar y vivir más plenamente.

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